Ser anarquista y convivir con el Estado: ¿una cuestión práctica?

Algunos anarquistas o libertarios reiteran que el Estado no existe. Suena raro, pero es que ellos se refieren a su “existencia ontológica”, es decir desde un punto de vista filosófico sobre la existencia material o física, dentro del cual el “Estado” no es un ser, un objeto ni un evento, sino que en realidad es un grupo de personas organizadas bajo cierta jerarquía y que realizan determinadas actividades o funciones. Tienen razón, es un punto válido y que ayuda de mucho para algunas cuestiones, como la que les quiero comentar en este texto. 

Partiendo entonces del hecho de que existe ese grupo de personas organizadas, que llamamos Estado y que se dedican -entre otras cosas- principalmente a extraer rentas a las personas (impuestos, le llaman) y a obligar a los demás a hacer o no hacer ciertas cosas mediante la violencia (con leyes, policías, ejércitos y cárceles), ¿cómo podemos los anarquistas convivir con esa realidad?

Mucha teoría, poca práctica.

El deber moral

Es una pregunta que uno se plantea automáticamente si uno cree que la existencia del Estado es inmoral y, como nosotros los voluntaristas, uno cree que las relaciones voluntarias son las únicas legítimas. ¿Debo rebelarme contra el Estado? ¿Tengo que prácticar la contraeconomía que proponen los agoristas? ¿Pago o no pago impuestos? ¿Debo seguir las leyes que me parecen inmorales para no sufrir las consecuencias?

No tengo la respuesta para nada de eso, pero no voy a hacer lo que hacen los tibios socialdemócratas que se hacen llamar anarquistas filosóficos o anarcocapitalistas puros y duros pero que invitan a pagar impuestos. No estamos en una conferencia pública, probablemente no saben quien soy y, además, alguien tiene que decir las cosas como son, so pena de la persecución estatal, social o de Instagram.  Mejor preso de conciencia que preso de la conciencia. 

Quitándole el antifaz de “Estado” a ese grupo de vividores que extraen rentas con la excusa de brindar infraestructura, salud, “justicia” y hasta igualdad (de lo que sea), podemos ver las cosas como son, sin el cuento del “contrato social” ni el “precio de vivir en sociedad”. El Estado es una mafia y hay que verla y tratarla como tal. De hecho, ¿que son el Estado Islámico en Siria o los Talibanes en Afghanistán? Un Estado como cualquier otro: una organización de crimen organizado que controlan cierto territorio mediante la violencia y/o su amenaza y se mantienen mediante la extracción de recursos de ese territorio (incluyendo las personas), implantan sus normas y consolidan más o menos su régimen. 

Una situación práctica

Trate entonces al Estado como lo que es: unos criminales. Algunas personas deciden no lidiar del todo con organizaciones delictivas y huyen, se esconden o se vuelven “invisibles”. Escapar del Estado es casi imposible, pero algo se podrá hacer, como por ejemplo los agoristas nos proponen la contraeconomía como una forma de no existir para el Estado económicamente hablando. Otros conviven con ello de la manera en la que menos les afecte, por ejemplo, y haciendo una especie de analogía: evitan concurrir a lugares peligrosos con presencia recurrente o permanente de criminales y, si es el caso, se defienden de las agresiones de esos criminales, según las circunstancias y posibilidades. Algunos pocos, por el contrario, decidirán expulsar a esos delincuentes y emplearán los medios necesarios para hacerlo. Y claro, también hay quienes se alían de alguna u otra forma con los criminales como mecanismo de sobrevivencia (dicen ellos).

Al final de cuentas es un asunto muy práctico de resolver, que diferirá de las condiciones de cada quien. Las calmas y tibias aguas de la resignación son la vía más sencilla y la más recomendada (no recomendable), pues cuando indefensos nos asaltan nos suelen recomendar que entreguemos todo de inmediato. Pero con un poco más de herramientas (ingenio y coraje entre ellas) se podrá navegar por las aguas turbias de la resistencia y, ante el esperado asalto, podremos ocultar parte de las pertenencias ,o bien, remitirnos a lo más básico de nuestra fisiología: huir o luchar. 

– Fran Morein

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